En cuanto tuve conocimiento de la “Jornada de confraternización aeroespacial” que el Ejército del Aire organizaba en la base aérea de Morón, Sevilla, el sábado 13 de mayo, no me lo pensé dos veces. Era la oportunidad para volver a un lugar muy familiar.
La última vez que estuve en la base de Morón fue allá por 1975 o 76. Con 9 o 10 años. Terminado el colegio, me las arreglaba para que mi padre me llevara con él a su oficina de la base, donde era asesor de relaciones públicas. Antes, había estado en el departamento de compras durante la construcción de las instalaciones. Pero esa es otra historia.
El viaje comenzó temprano. A las seis de la mañana, mi mujer y yo salimos desde Cáceres hacia Morón. Un viaje bastante más largo que el que hacía desde Sevilla con mi padre. Tres horas y media frente a una hora.
Cuando el Seat 1430 de mi padre llegaba a la intersección de la carretera de Utrera con la que conducía a la base y se veía a lo lejos la Sierra de Esparteros horadada por la cantera de cal, los nervios aparecían. Los mismos, reconozco, que me invadieron al enfilar la carretera que desde El Arahal va hacia Morón y vi, como hacía tantos años, la montaña con la cantera. Volvía a Morón.
Llegados al control, una humilde caseta de cemento con el techo plano, un poco inclinado creo recordar y con una gran bandera de España ondeando, el soldado de guardia miraba el pase de mi padre, me miraba a mí, sonreía y nos franqueaba el paso. Íbamos directos a su edificio, justo al lado del de la Security Police americana. Hoy, no hubo que enseñar pase alguno. Tan solo hubo que hacer una, digamos, exhibición de paciencia por la interminable fila de coches que queríamos acceder a la base. Íbamos despacio, lo cual me permitió ir reconociendo los sitios. Pasamos por la humilde caseta que hacía de control, hoy abandonada. Al pasar la rotonda ocupada por un F-86 Sabre, a mano derecha, reconocí inmediatamente el edificio, más pequeño de lo que recordaba, donde tuvo su oficina mi padre. Me vino a la cabeza su mesa con su nombre en un cartelito de madera, que hoy conservo como un tesoro, y un casco de color azul con la inscripción “Civil” estampada en letras blancas. Me faltó tiempo para ponérmelo, claro.
Lentamente, seguimos avanzando y, al pasar frente al edificio de la actual Jefatura del Ala 11 y ver “pinchados” un Hispano Aviación HA-200 Saeta y un Northrop F-5A, recordé los momentos en los que mi padre me “abandonaba” en los hangares de mantenimiento y allí me dejaban subirme a los aviones. Me veo en la cabina del Saeta, en la del F-5, que entonces formaban una interesante línea de vuelo, al raso, bajo el implacable sol moronero. Hoy ya no hay Saetas ni F-5. Están los Eurofighter, lo más moderno que tiene el Ejército del Aire. Con sus refugios individuales. Los tiempos cambian.
Seguimos avanzando. Justo antes de llegar a la zona de la plataforma destinada a aparcar, a la derecha aparecen nueve F-16 de la USAF, enseñando las toberas, de espaldas, como si no quisieran saber nada de lo que estaba pasando. Aparcamos y saqué las cámaras. Pasamos el control de acceso a la exhibición estática. Recogimos las acreditaciones de spotter y nos dimos el primer paseo por entre el material expuesto.
Las colas para subir a los aviones eran larguísimas. Había que aprovechar para subir al Lockheed P-3 Orión y sobre todo al Eurofighter. Vimos el Harrier de la Armada, los helicópteros de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Los SH-60, también de la Armada, resultaban espectaculares.
Volví a recordar cuando, antaño, allí estaban los F-5, los Saeta.
Fuimos a refugiarnos al recinto que la organización había dispuesto para los locos de la fotografía aeronáutica. Allí, saludamos a los compañeros de la Asociación AIRE, de la que soy socio.
Y comenzó el programa de vuelos. Los primeros en actuar fueron los Vampir Fliers con su Sadler SV-1. Después, el llamativo gyrocopter de ELA Aviación. Supongo que Juan de La Cierva, inventor del autogiro, estará plenamente satisfecho de la evolución de su aparato.
Vampir Fliers |
ELA Aviation |
La Fundación Aeronáutica Antonio Quintana voló dos Cessnas emblemáticas: la L19 Bird Dog y la 337 Skymaster. El encanto de la aviación clásica.
Cessna L19 Bird Dog |
Cessna 337 Skymaster |
La acrobacia civil estuvo a cargo de Camilo Benito (CAP-10B), Jorge Macías (Laser Z-300) y Ramón Alonso (Sukhoi Su-31). Impresionantes, espectaculares.
Camilo Benito / CAP-10B |
Jorge Macías / LASER Z-300 |
Ramón Alonso / Sukhoi Su-31 |
Tocó el turno de los hermanos mayores. Los Eurofighter del Ala 11 actuaron, primero con unas pasadas de una formación de cuatro unidades. Depués de la actuación de la Patrulla ASPA del Ala 78 con base en Armilla, cerró la mañana el solo sacando el máximo de su Eurofighter.
Patrulla ASPA / EC-120 Colobrí |
Los Eurofighter dándolo todo |
A la hora de comer, mi padre me recogía y me llevaba a un comedor, creo recordar que en la zona americana de la base, donde tomé contacto por primera vez con un self-service, cosa muy rara en los últimos 70 del siglo pasado. Esta vez no hubo self-service. Hubo cola de coches una vez más para salir. Pasamos de nuevo por delante del edificio de mi padre, por delante de la caseta de control abandonada y nos fuimos al pueblo a comer.
Cincuenta años después, he vuelto a Morón.
Dedicado a mi padre, fallecido el año pasado.